viernes, 3 de julio de 2009

la moira

Cuando subo al colectivo y la máquina expendedora de boletos me dice: “Indique su destino”, un cúmulo de dudas asalta mi mente. ¿Debo dar una descripción detallada acerca de mi destino? ¿Cómo puedo saber cuál es realmente? Al fin y a cabo, la existencia de un destino o su negación no es un tema menor, siglos de literatura se han ocupado de tal dilema. Y yo no soy quién para enfrentarme a tantos señores filósofos y dictaminar de buenas a primeras que realmente existe tal cosa, un camino y un fin impuestos e ineludibles. Y aunque aceptara tal premisa, ¿cómo hacer para adivinarlo, al menos en esta época desprovista de oráculos y pitonisas?
Claro que en vez de ponerme a discurrir con el colectivero sobre tales disquisiciones, me atengo a las normas de urbanidad y le pido “$1,25”.

Pero siempre, siempre, me veo tentada de pedirle “Al fracaso, por favor”.

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